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Es ahora, en el principio de la temporada, cuando la meta de reprodución se exhibe ante nuestros ojos. Los pocos que están dispuestos a exponerse al invierno crudo de la costa patagónica se ven recompensados por unos avistajes activos y con sazón. La razón de existir es reproducirse y de eso se trata la visita anual de las Ballenas a Península Valdés. Los grupos de apareamiento normalmente constan de una sola hembra y varios machos. Se supone que es necesario trabajar en grupo para lograr aparearse y también, siendo copulada por varios machos, ella asegura su preñez. El juego seductor, que es la formación y duración de un grupo de apareamiento, puede permanecer una semana o mas. Con constantes roces de sus cuerpos, luchas de posición y penetración, el frío será olvidado ante las ansias reproductivas de estos animales.
Alejándonos del calor el Sol llegó a su extremo con el solsticio de invierno. Arribó con temperaturas bien bajas, caños congelados y la arena de la playa escarchada. La palabra solsticio deriva del latín, sol y sístere (‘permanecer quieto’) y corresponde al instante en que la posición del Sol se encuentra a su mayor distancia angular al otro extremo del plano ecuatorial del observador. Durante el Solsticio de invierno el Sol alcanza su cenít en el punto mas bajo y desde ese momento el día empieza a alargarse, progresivamente, hasta llegar al solsticio de verano.
El Calamar Argentino, Illex Argentinus, vivía en abundancia por el Mar Patagónico hasta la llegada de la pesca industrial. Engañados por la iluminación de los barcos poteros, su captura supera los centenares de toneladas diarios. La pesca de esta año ya ha sido vedada en las aguas mas australes del paralelo 44 en un intento de conservar y proteger su reprodución ante la sobre pesca. Animales increiblementes adaptados al entorno marino, los cefalópodos, tienen la abilidad de cambiar los colores para confundir o ahuyentar a sus predadores, esconderse y también como método para comunicarse en la penumbra o en la oscuridad de los grandes fondos oceánicos. Tienen fotóforos y cromatóforos en su piel y pueden controlar tanto el color como la intensidad de la luz que generan. En algunos calamares, la bioluminiscencia puede ser producida por una bacteria que vive en el interior de los tejidos bioluminiscentes del animal.